10 jul 2011

El espejo.

Era un lugar obscuro en donde se encontraban Él y su mundo.

Eran cuatro paredes rasgadas ya por el tiempo. Eran cuatro murales en los cuales estaba ilustrada su vida, su historia y sus momentos. Adoloridas se encontraban de tanto sufrimiento. Daba pena ver esas sombras pintadas con la misma sangre de sus lágrimas.

Su cama parecía la sombra de un árbol grande y viejo, casi moribundo, el cual, por largo tiempo, había sido regado con llantos y más llantos.

 Esa ventana gritaba cada vez que se mecía con el intenso viento, cada vez que un rayo luminoso tocaba su piel, cada vez que sentía pena.

Él se encontraba allí, en su mundo, en su espacio, en su gran universo. Era su propio rompecabezas, Él controlaba su propia eternidad. Y solo eso. No necesitaba nada más que sus pensamientos, sus emociones y sus actitudes. Era libre de hacerlas volar por todo ese lugar, pero no lo hacía… Por eso esa habitación era como era… Umbría.

Un día esa nebulosa iba a estallar, Él ya no quería más.  No sabía cómo abrir la puerta de su infierno. Solamente tenía un espejo en su mano, pero que no podía utilizar, ya que tantas sombras, llantos y sufrimientos… habían cerrados sus ojos, condenándolo de esa manera a la misma Muerte.

Él no quería morir, no quería explosionar en millones de partículas negras, no quería perderse en el mismo camino de su destino. Él ahora perseguía una meta, un sueño, un anhelo, una estrella.

Se propuso abrir los ojos, se propuso a desentrañar el misterio de su vida, se prepuso ser mejor.
Por un segundo pudo abrir sus ojos y verse en el espejo… Por millones de años pudo contemplar esa luz, ese nuevo mundo, esa primera sonrisa.