– ¿Sabes que no tengo qué hacer y por eso estoy aquí?
– ¿De verdad no tienes qué
hacer? – Dijo la Luna.
– Nada de nada – Contestó Salvador.
– ¿No tienes nada qué hacer o no quieres hacer nada mejor dicho? –
Preguntó ella con una voz autoritaria.
– Eh…Bueno, te diré. – Comenzó él – Lo que pasa es que estoy aburrido,
mi mente ya no quiere funcionar, ya no puedo imaginar nada, por eso es que
estoy aquí en la arena haciéndote compañía… como te veo tan solita…
– ¿Pero quién te dijo que yo estoy sola?, ¿No ves que todas las
estrellas me acompañan? – Replicó en un tono enojada.
– Yo te veo solita ahí. No hay ninguna otra luna que te acompañe, parece que las estrellas no te hablan y lo
más probable es que ni te escuchen, porque están muy, muy lejos. – Señaló el pequeño niño.
La Luna se quedó callada mirándolo a los ojos.
Salvador preguntó: – ¿Ahora te puedo acompañar?, ¿Si? – Miraba a la
Luna con cara de ternura esperando su respuesta.
Ella lo seguía mirando, viendo sus vidriados ojos. De un momento a otro
su rostro cambió y con una sonrisa en él dijo: – Bueno, me puedes acompañar.
Podemos platicar un poco para no aburrirnos.
El pequeño la escuchaba atentamente, ya no seguía jugando con la arena.
En su cara también se dibujaba una linda risa, un tanto juguetona.
– Entonces comencemos. Pero empieza tú, porque a mí no se me ocurre
nada todavía. – Manifestó el inquieto
niño mientras se entretenía moviendo sus pies en la arena esperando la pregunta
de la Luna.
–Bueno, empiezo yo – Dijo ella – ¿Por qué estás aquí en la playa y no
en otro lugar?
– Porque me gusta mucho la playa, la arena, el mar… Todo esto que ves
aquí es como mi segunda casa. No conozco otro lugar más bonito que este, además
estás tú arriba embelleciendo todo esto más.
La Luna se sonrojó, rió y luego le dijo: – Muchas gracias por el
halago.
– De nada.
– Ahora es tu turno de preguntarme lo que quieras… Soy toda oídos.
Salvador pensaba su pregunta
mientras tanto hacía caer pequeñas piedrecillas desde su mano. De vez en cuando
miraba la cara de la Luna intentando hallar algo. Finalmente alzó su voz: – ¿No
te aburres ahí en el cielo estando tan solita?
La Luna lo miró atentamente intentando encontrar respuesta alguna.
Pasaron largos segundos en los que se cruzaban algunas miradas y pequeñas sonrisas…
Lo que en realidad pasaba era que la Luna no quería responder. No
quería aceptar que casi siempre se encontraba sola y que en verdad se aburría
mucho allá arriba. La Luna actuaba un poco orgullosa.
Salvador seguía sin pensar mucho.
Aburrido se encontraba sobre la arena. De pronto volvió su vista sobre
el perfil pensante de la Luna y le dijo fuertemente: – ¡¿Luna estás ahí?! ¿Me
vas a hablar?, me estoy aburriendo más de lo que estaba.
– Disculpa pequeño – expresó un tanto sorprendida. – Me perdí un poco,
¿qué me habías preguntado?
– Te pregunté si es que no te aburres allá arriba estando tan solita.
– Eh… No sé. Algunas veces me aburro, no tengo qué hacer. Me dedico a
mirar el mar, a las personas, a las estrellas… esperando que aparezca el Sol para
hacer mi otro turno de trabajo al otro lado del Mundo.
– No entendí mucho lo último. ¿Tienes que seguir trabajando después?
– Sí. Yo trabajo las 24 horas. El Sol también lo hace. Él es mi abuelo.
La Tierra es mi madre. Todos estamos el día completo trabajando. Cuando tú ves
al Sol, yo estoy al otro lado del planeta ayudándolo y ayudando a las personas.
– ¡Qué bacán! Es muy bueno lo que hacen todos. ¿Pero cómo ayudas tú a
la gente? – Salvador estaba muy entusiasmado con la historia de la Luna. Había
una bonita sonrisa en su cara.
– La noche es muy obscura y yo le doy luz a las personas, no tanta como
mi abuelo, pero la luz que les regalo sirve mucho. ¿Qué sería una noche sin mí?,
las estrellas no alumbran mucho, se ven bonitas y todo, pero eso es lo único
que hacen. Además yo también le doy algo de belleza a la noche. Muchos escriben
sobre mí, soy una musa inspiradora para algunos y eso me gusta demasiado. Aún
así y todo hay momentos en que me aburro.
– ¿Pero cuándo te aburres no puedes ir a otra parte como yo?
– Me encantaría, pero no puedo. Mi trabajo es estar siempre en el
cielo… girando alrededor de la Tierra.
– ¿Y por dónde te gustaría viajar Lunita?
– Me gustaría conocer todo el sistema solar. Visitar a todos los demás
planetas, que son mis tíos y comunicarme con las demás Lunas, que
lamentablemente no conozco a todas.
– Pucha Luna. Espero que te den permiso alguna vez para que puedas
conocer a toda tu familia galáctica.
– Eso espero. ¿Pero tú?, ¿No te gustaría viajar a otro lugar? –
Preguntó la Luna.
– Yo conozco muchos lugares. No necesito viajar para saber cómo son. Mi
mamá y mi hermano grande me cuentan muchos cuentos. El otro día me contaron uno
de piratas que viajaban por los siete mares y peleaban con los monstruos del
mar y que conocían muchas, muchas ciudades. Yo creo que me gustaría ser un
pirata algún día. Para viajar y viajar por todo el océano. – Relató Salvador
con gran emoción.
– ¿Y qué otras historias te cuentan? yo he visto muchas, pero cuéntame
tú primero.
– Está bien. Justo ayer mi mamá me contó una historia de un guerrero
que tenía que salvar a su pueblo de la rabia del Dragón de la montaña. Me daba
mucho miedo ese Dragón, porque era muy grande y fuerte, pero el guerrero con la
ayuda de todo el pueblo pudieron derrotar al Dragón. Mi mamá me dijo que hay
que ser valiente y ayudar a los demás, igual como lo hizo el pueblo entero.
Todos pusieron sus fuerzas y pudieron acabar con el malo del Dragón.
– ¿Y cuál fue la parte que más te gustó?
– ¿La parte que más me gustó?... Eh...
Lo mejor fue el final, porque todo el pueblo estaba tranquilo y feliz.
Aprendieron que con la ayuda de todos se pueden lograr grandes cosas. Y eso
quiero yo, ayudar a mucha gente.
– Me parece muy bien que pienses así pequeñito.
Salvador sonrió. Le gustaba conversar con la Luna. Ahora le tocaba
preguntar a él. – ¿Y cuáles son las historias que ves tú?
– He observado todas las emociones que sienten ustedes: La rabia, la
alegría, la tristeza, la euforia. Vi también mucha soledad, angustias, llantos
y muchas risas. Una vez escuché una conversación entre amigos, estaban peleando
por una muchacha. Pero después estaban riendo, y es que se dieron cuenta que no
vale perder una amistad de tantos años por alguien pasajero.
– Eso es verdad. Yo no pelearía con un amigo por una niña. – Se quedó
pensando un poco. Luego miró a la Luna y le dijo con un tono impaciente: – ¿Y
has visto más cosas?
– Situaciones muy tristes han pasado frente a mis ojos, cosas que no
debería contarte, porque eres muy pequeño todavía para entender.
– Pero yo quiero saber ahora. – Discutió un tanto enojado el retoño.
– Disculpa, pero hay cosas que los niños de tu edad no van a entender.
Hay cosas que con solo vivirlas se sabe cómo se sienten. Todavía te falta
crecer un poco pequeñín.
– ¿Entonces solo tengo que crecer?
– Solo tienes que crecer.
– Entonces yo quiero crecer ahora. ¿Cómo lo puedo lograr Lunita?
– No se puede crecer y ser como un adulto enseguida. – Salvador la
miraba con atención – Tú tienes que preocuparte de solo ser un niño, un buen
niño. Así aprenderás cosas nuevas todos los días, descubrirás nuevos mundos y
podrás sentir cada hermoso momento. Ni te darás cuenta cuando ya pasados los
años, sabrás muchas cosas que antes no sabías, entenderás muchas cosas que
antes no entendías y vivirás cosas totalmente emocionantes. Solo tienes que ser
un buen niño, creer que puedes lograrlo y creer en ti, que es lo más
importante.
El joven niño tenía dibujada una sonrisa en su rostro. Quería crecer
ya, pero sabía que eso era imposible, sabía que el único camino para crecer es
ser un buen niño. Tenía súper claro que lo iba a lograr, porque él siempre
creía en las cosas que hacía. Él lo lograría.
La Luna se quedó mirándolo, pensando es sus hermosas palabras. De
pronto algo la sacó se ese estado.
– ¡Luna, Luna, Lunita! – Gritaba Salvador – Muchas gracias por
conversar conmigo. Te agradezco mucho tus palabras. Desde ahora seré un buen
niño, porque quiero saber muchas cosas y descubrir nuevos mundos, y sé que lo
lograré. Creer en mí es lo mejor que sé hacer. – Muy emocionado estaba el
jovencito.
– No hay de qué pequeño hermoso. Siempre estaré aquí si es que
necesitas ayuda o quieres simplemente conversar. Yo me divertí demasiado junto
a ti. Espero que vuelvas pronto. –La Luna estaba que lloraba.
– ¡Volveré!
El travieso niño se marchaba cuando repentinamente la Luna le pregunta:
– ¿Y cuál es tu nombre querido amigo?
– Yo me llamo Salvador. ¿Cuál es el tuyo?
– Todos me llaman Luna, pero tú me puedes decir Amiga.
– Está bien Amiga, sé que serás una de las mejores.